06 DIC | 16:55

Los cuadernos de las coimas derribaron la imagen de las empresas

Por qué Mauricio Macri tendría que preocuparse mucho. Que el escándalo de los cuadernos del chofer Centeno iba a dañar la imagen de las empresas era algo bastante previsible. Por Diego Dillenberger
Solo faltaba saber cuánto iba a caer la reputación de los empresarios en la Argentina. O, mejor dicho, cuánto más podía caer: ahora una encuesta de las consultoras Taquion y BDO sobre el nivel de percepción de corrupción de distintos sectores en la sociedad argentina muestra que en un año la imagen de corrupción de las empresas saltó de un ya muy alto 53% a un estratosférico 71% de la población que las considera corruptas.
 
 
Como consuelo, los empresarios ni siquiera son considerados los peores: los sindicatos, el Congreso y la Justicia están aún un poco peor.
 
 
 
Pero, proporcionalmente, los empresarios son los que más cayeron. Es entendible. Cuando en la mayor causa de corrupción de la historia argentina aparecen procesados dos docenas de grandes empresarios sospechados o directamente confesos de haber pagado coimas millonarias para obtener negocios con el Estado, no se esperaba un resultado muy diferente.
 
 
Era también previsible que el problema de reputación de las empresas involucradas en la causa de los cuadernos iba a contagiar a todo el resto del empresariado. Ya no es solo un problema de esas dos docenas de empresas acusadas por sobornos, sino de todo el empresariado argentino.
 
 
Pero, mirándolo mejor, el problema de la pésima imagen de las empresas en Argentina no solo debería preocupar al resto del empresariado. Le tendría que importar mucho al gobierno del presidente Mauricio Macri.
 
 
Argentina se fue convirtiendo en los últimos años en el país más anticapitalista y anti empresario del mundo. Y esto de "del mundo" no es solo una forma de decir: el prestigioso Pew Research Center, un instituto académico dedicado a encuestas de opinión globales, muestra cómo, entre 44 países seleccionados, Argentina es el más refractario a acordar con la frase de que "a la mayoría de la gente le iría mejor en un sistema económico de libre mercado, aun cuando haya ricos y pobres".
 
 
Solo el 33% de los argentinos la aprueba, con lo que nos colocamos en el fondo de la tabla y muy, pero muy lejos del resto del mundo: en eso, Argentina es un país único.
 
 
Ese "resto del mundo" no solo incluye a Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Israel o Corea del Norte. Están también muy arriba en la aprobación de la economía de mercado por parte de su opinión pública todos nuestros países vecinos, incluida la Venezuela de Nicolás Maduro, y todos los países bajo régimen de Partido Comunista, como China y Vietnam.
 
 
Sí: Vietnam es ese país que en los 70 le ganó una guerra a Estados Unidos por imponer el comunismo. Pero hoy los vietnamitas, con 95 por ciento, lideran cómodos la "tabla" del capitalismo en la opinión pública. Para comparar: en Estados Unidos "solo" el 73% adhiere con convicción a la idea del libre mercado.
 
 
En realidad, ante ese estado de opinión pública es casi un milagro que a la Argentina la gobierne hoy un presidente empresario.
 
 
Por eso a Macri debería interesarle que el Gobierno piense junto con las empresas qué hacer para que mejore la imagen del empresariado y del capitalismo, que es ese sistema en el que las protagonistas de la economía son las empresas y no el Estado.
 
 
Solo resolviendo ese desafío de opinión pública, Macri puede asegurarse obtener algún día el consenso suficiente para las reformas estructurales sin las cuales será imposible achicar el enorme peso del Estado sobre la economía argentina. Y sin achicar el Estado no se elimina el déficit fiscal crónico con crecimiento sustentable, sin inflación y las crisis recurrentes que fueron haciendo de la Argentina un país cada vez más pobre.
 
 
Además, con una población convencida -como el resto del mundo- de que el mejor sistema para generar progreso es la economía de mercado, se acrecientan las chances de Macri de seguir en el poder. Hoy todavía Cambiemos es el único representante de ese ideario en el imaginario político argentino. Con solo desplazar a la opinión pública un poquito hacia ese terreno obtendría más simpatizantes para su oferta electoral. Hasta que no aparezca una suerte de "Bolsonaro argentino", Macri tiene una especie de monopolio en esa oferta política, que podría convertir en ventaja el día en que los argentinos se sientan un poco más parecidos al resto de sus congéneres de los otros países del mundo en cuanto a su opinión sobre la economía de mercado.
 
 
Así se entiende que cuando Macri sorprendió a sus propios seguidores en un discurso poco antes de la elección presidencial de 2015 anunciando que no tenía planes de privatizar YPF o Aerolíneas Argentinas, le estaba hablando al 66% de los votantes que están directamente en contra de la economía de mercado o tiene dudas. Macri había dejado boquiabiertos a sus militantes que lo escuchaban enfervorizados, pero es probable que esa promesa lo hubiera ayudado significativamente a la hora del ballotage que le ganó un par de meses más tarde a Daniel Scioli. Con el 33% procapitalista solamente no hubiese alcanzado para ganar la segunda vuelta.
 
 
Pero el problema que se le planteó a Macri no bien ganó la Presidencia es que para mantenerse en el poder necesitaría hacer reformas económicas para las que en Argentina es difícil obtener consenso, justamente por su cultura estatista. Y para lograr ese consenso debería emprender un cambio cultural junto con las empresas para que Argentina consiga alcanzar un estado de opinión pública más parecido al del resto del mundo.
 
 
Para comparar con nuestros vecinos: un sondeo de la encuestadora Quiddity revela el enorme grado de estatismo que impera en la cultura y la opinión pública argentina. La encuesta, realizada en Argentina, Brasil, Colombia y México, muestra que, además, los argentinos son los que menos valoran a sus empresas como fuentes de trabajo, riqueza y desarrollo.
 
 
Por lo pronto los argentinos son los únicos que prefieren las empresas estatales por sobre las privadas. De los cuatro, los brasileños son los que más aprecian a las empresas privadas: concretamente 62% contra 36% de los argentinos.
 
 
De hecho, en el escándalo de sobornos del Lava Jato, tan parecido a los cuadernos de la Argentina, la imagen de las empresas brasileñas bajó, pero mínimamente, y particularmente en el sector de contratistas del Estado. Al año las empresas ya estaban en su lugar de alta estima en el que estuvieron siempre.
 
 
Más alarmante aún: el cordobés Jorge Lawson, que entre su muchos "sombreros" preside la fundación Empretec, de Banco Nación y la ONU, cita un sondeo de Universum, una empresa de reclutamiento de talento, que muestra que el aspiracional laboral de los jóvenes argentinos es ser empleados públicos.
 
 
En comparación, los jóvenes estadounidenses sueñan con ser emprendedores, como Bill Gates, mientras los europeos aspiran a ser empleados de empresas como las que fundó Bill Gates. Los jóvenes argentinos, en cambio, sueñan con vivir de los impuestos que pagan empresas como la que fundó Bill Gates (Microsoft), porque el Estado da seguridad, buena remuneración, no despide, garantiza carrera sin mucho esfuerzo y te da estabilidad laboral sin estrés.
 
 
Lawson es hoy el mayor defensor y promotor del emprendedorismo en Argentina y no se cansa de mostrar que con esta cultura antiemprendedora, a la Argentina le va a costar mucho más salir.
 
 
Pero el país, por lo visto, tiene garantizada la cultura antiempresaria para las próximas generaciones. Y si las empresas y el gobierno de Mauricio Macri no se unen y toman conciencia del riesgo que significa que se perpetúe esa cultura antiempresaria y estatista, será difícil pensar en conseguir el consenso para convertir a la Argentina -récord mundial en inflación y falta de crecimiento económico- en un país más o menos normal y parecido al resto del mundo.
 
infobae.com

 

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