21 JUN | 17:38

“Garganta Profunda”: una película porno triple X

Un escándalo político detrás del furcio de Alberto Fernández. Primero fue el film triple X que protagonizó Linda Lovelace, obligada por su novio, un proxeneta. “Cuando ven la película, están viendo cómo soy violada”...
...dijo años después. Luego fue el nombre de la fuente de los periodistas del Washington Post Woodward y Bernstein en el Caso Watergate que hizo caer a Richard Nixon, cuya identidad recién se reveló en 2005
 
(Gettyimages)
 
 
En medio de un discurso en la Casa Rosada, el presidente Alberto Fernández confundió el nombre de la revista de cultura villera Garganta Poderosa con Garganta Profunda, el nombre de la primera película porno que triunfó más allá del circuito clandestino del cine condicionado. Se estrenó el domingo 12 de junio de 1972, cinco días antes del estallido del caso Watergate. Y ese título fue tomado para nombrar al informante de los periodistas del Washington Post en el caso de espionaje que le costó la presidencia a Richard Nixon.
 
 
En todo caso, ambas acepciones encierran un drama: el personal de la protagonista del film, Linda Lovelace, que años después dijo que se sintió violada al rodar las escenas triple X; y el de un acto de corrupción política al avalar desde el seno del poder la colocación de micrófonos en las oficinas del partido rival por parte de Nixon.
 
 
Esto dijo Fernández: “...Mi eterna deuda de gratitud con cada una de esas organizaciones; ahí veo al compañero de garganta profunda, cómo él miles… No, de garganta poderosa, poderosa, poderosa... Bueno, profunda también porque en esa revista nos enseñaron varias cosas ocultas”.
 
 
Y a alguna de estas dos historias se refería.
 
 
Alberto Fernández: "Ahí veo al compañero de garganta profunda"
Primero fue el cine porno
 
 
La parábola de Linda Lovelace es una de las más fascinantes de la industria del cine. Para muchos, fue la actriz porno más importante del siglo XX, la mujer que le dio glamour a una industria en las sombras y muchas veces sórdida. Y al mismo tiempo la destruyó en una intrincada farsa de liberación sexual femenina con la película que la encumbró: Deep throat (Garganta Profunda).
 
 
Linda Susan Boreman nació en el seno de una familia de clase trabajadora. Hija de un policía, creció en Yonkers, Nueva York, donde asistió a una escuela católica. Fue mamá en 1969, cuando tenía 20 años, pero su madre la convenció para que diera al niño en guarda hasta que estuviera preparada para cuidar de él, según relató ella misma en su autobiografía, Ordeal (“Calvario”, en inglés).
 
 
Más tarde, descubrió que su madre en realidad había dado al niño en adopción, y nunca más volvió a verlo. Su familia se mudó luego a Florida, pero ella regresó a Nueva York en 1970. Allí sufrió un grave accidente automovilístico, lo que la obligó a regresar a casa de sus padres en la Florida para recuperarse.
 
 
Durante la convalecencia, conoció a Charles “Chuck” Traynor, se enamoró rápidamente y él le prometió convertirla en una estrella. Él era 13 años mayor que ella y la joven quería irse de la controladora casa de sus padres y ser libre. Pero eso justamente es lo que menos sería, según relató años después.
 
 
Linda Lovelace, la desdichada protagonista de Garganta Profunda
 
 
Él la inició en la prostitución al mismo que la probaba como actriz en cortos pornos clandestinos, de bajo presupuesto y de baja calidad.
 
 
Traynor ya estaba inmiscuido en la industria y la convenció para ser la protagonista Deep Throat (Garganta Profunda). Como apenas tenía 21 años y comenzaba su carrera, le pagarían sólo 1.200 dólares, que tampoco recibió ella sino Traynor. En la década de 1970, la sexualidad aún era un tabú y la industria del porno trabajaba a escondidas pero Garganta Profunda fue la película que rompió ese cascarón y debutó en la pantalla de los cines comerciales. Era sexo explícito, pero a diferencian de otros largometrajes del género, tenía guión, historia, argumento, locaciones y era divertida. Alcanzó récords de público y de ventas de copias en video.
 
 
Llegó a tener una crítica en The New York Times, que la definió como “porno chic”, lo que le dio cierto estatus y aceptación en más sectores de la sociedad. Grupos feministas levantaron su bandera como ejemplo de una mujer que se atrevía a disfrutar del sexo libremente y sin tapujos. Pero detrás había una historia hasta entonces desconocida.
 
 
Pero a la administración del presidente Richard Nixon y a los sectores conservadores de la sociedad estadounidense no les hizo ninguna gracia. Les preocupaba el repentino interés del público por este tipo de cine, y lanzó una cruzada en su contra que llegó hasta el arresto y juicio del protagonista masculino, Harry Reems, bajo el cargo de conspiración para distribuir material obsceno (después del apoyo que recibió de buena parte de la industria de Hollywood, los cargos fueron levantados y recuperó su libertad).
 
 
Al mismo tiempo, los ojos del mundo se centraban en Linda. Lo había conseguido, ya era una actriz famosa, aunque no precisamente como hubiera querido, pero detrás de esa falsa bandera de liberación sexual femenina que se alzaba en el filme, de alguna manera podría decirse que representó el derecho de las mujeres a los orgasmos, pero en su propio mundo personal había un infierno. Lo que ella reveló muchos años después como una “esclavitud sexual”.
 
 
Traynor era un hombre violento y controlador que la obligó a volver a Nueva York, donde se casó con ella y se convirtió, también, en su proxeneta. La golpeaba un día sí y otro también.
 
 
Linda Lovelace fue sometida por un proxeneta que la obligaba a prostituirse y filmar películas triple X
Entre los episodios sórdidos que vivió a su lado relató que él le pidió que lo ayudara a administrar el negocio de la prostitución, y cuando ella se negó, la golpeó. Consideraba que maltratarla físicamente lo excitaba. Cuando salía con otras personas, él le decía que no hablara y ella tenía que pedirle permiso para usar el baño. La golpeó la noche anterior a su boda y durante el rodaje de Garganta profunda.
 
 
Después de que ella lo dejó, Traynor amenazó con dispararle al hijo de su hermana si ella no regresaba. Sin embargo se armó de valor y lo denunció. “Cuando ustedes ven la película Garganta profunda, están viendo cómo soy violada. Es un crimen que se siga mostrando”, confesó años después y aseguró que en la cinta aparecen también los moretones que Traynor le dejaba al golpearla.
 
 
Linda destapó una relación destructiva y violenta de dependencia de la que intentó salir en varias ocasiones y no encontró dónde cobijarse nunca. El público demostró estar más preparado para aceptar que disfrutase haciendo felaciones ante una cámara que para escuchar esta versión de los hechos, y la industria del porno, a la que su exmarido seguía perteneciendo, le dio la espalda argumentando que era una desagradecida.
 
 
Al separarse de Traynor, se casó de nuevo inmediatamente y tuvo dos hijos. Anunció que había redescubierto a Dios y se convirtió en una devota madre de clase media de Denver, que reniega del porno como lo haría cualquier buena cristiana del centro de los Estados Unidos, y con conocimiento de causa al haber vivido en carne propia esa industria que muchos siguen considerando explotadora de la mujer. La salud tampoco la acompañó. Una hepatitis la llevó a someterse a un trasplante de hígado, y afirmó que la silicona que se inyectó para aumentarse los pechos -por imposición de Traynor-, le produjo cáncer de mama.
 
 
El 3 de abril de 2002, Linda volvió a sufrir un accidente automovilístico, pero esta vez no se recuperó de las heridas, tras estar varios días en coma falleció el 22 de abril a los 53 años.
 
 
Mark Felt en la entrevista de Vanity Fair donde reconoció ser Garganta Profunda, el informante de Woodward y Bernstein en el caso Watergate
El informante
 
 
Fue el protagonista oculto del secretos más importante de la historia contemporánea de Estados Unidos. El hombre que ayudó, entre las sombras, a revelar cómo Richard Nixon, el presidente de esa nación, había avalado primero y encubierto después el asalto al cuartel general del Partido Demócrata en el edificio Watergate, de Washington. Se lo contó todo a un periodista, Bob Woodward, del Washington Post.
 
 
Woodward y su colega, Carl Bernstein investigaron a fondo el caso Watergate y el Washington Post ganó hace cuarenta y ocho años el Premio Pulitzer por aquel éxito periodístico. El Post ganó el premio el 7 de mayo de 1973 y Richard Nixon tuvo que renunciar el 8 de agosto de 1974. Fue el primer presidente de Estados Unidos en dejar su cargo.
 
 
El nombre del tipo que sabía todo y contó todo, o casi todo, también fue un secreto: el mejor guardado de la historia del periodismo. Su nombre, como fuente anónima, se mantuvo oculto durante treinta y tres años bajo un apodo elocuente, “Garganta Profunda”, que era el título de una película porno con pretensiones de cine de culto, pero que también simbolizaba un atributo de aquella fuente anónima, que tenía una voz grave, oscura, subterránea e intensa.
 
En 2005, “Garganta Profunda”, dio un reportaje a la revista Vanity Fair y descubrió su identidad. Tenía 91 años y creyó que era hora de terminar con tanto secreto. Era Mark Felt, que en los días de Watergate era el número dos del FBI, y quería llegar a ser el número uno.
 
La identidad de “Garganta Profunda” ya era conocida por los hombres de Nixon y por el propio presidente. Todos callaron, aunque por diferentes razones. Con astucia, Woodward y Bernstein titularon su fantástico libro sobre el caso “Todos los hombres del Presidente”. Después de todo, Mark Felt era uno de los hombres de Nixon. 
 
La historia oficial dice que el Caso Watergate empezó en la noche del 17 de junio de 1972. Es verdad. Pero en realidad, el caso empezó un mes y medio antes. El 2 de mayo de ese año, el legendario director del FBI, Edgar J. Hoover, murió en su casa en apariencia mientras dormía y por una deficiencia cardíaca. Felt era el segundo y creyó que ocuparía su lugar. Pero Nixon designó a L. Patrick Gray, un antiguo aliado. Felt admitió haber estado resentido por partida doble: primero por haber quedado postergado, segundo, porque Nixon había nombrado a un outsider como número uno del FBI.
 
El sábado 17 de junio de 1972 cinco agentes al servicio de Nixon entraron en las oficinas del cuartel central del Partido Demócrata en Washington. Les habían encargado pinchar los teléfonos y colocar micrófonos ocultos en la sede del partido rival del gobierno. Fueron sorprendidos y detenidos como ladrones comunes, y derivados a un juzgado mañanero y de instancias menores.
 
Los cinco dijeron ser plomeros. Era una humorada siniestra de Frank Sturgis, un tipo muy pesado de la CIA, mercenario de Bahía de Cochinos y sospechado de haber tenido alguna relación con el asesinato de John Kennedy en 1963. A Sturgis le festejaba los chistes Gordon Liddy, otro pesado del FBI y de la Casa Blanca que murió el pasado 30 de marzo, y al que le adjudican ser el cerebro del asalto a Watergate. Sturgis decía que si Nixon los había contratado para evitar filtraciones, entonces eran plomeros. El juez no creyó ni palabra de lo que le decían los impresentables y decidió interrogarlos a fondo.
 
Cubriendo esa noticia menor estaba Bob Woodward, del Washington Post. Y estaba allí porque así pagaba un duro derecho de piso. Woodward y Felt se conocían desde el verano de 1969, cuando el ahora periodista era un teniente de la Armada de Estados Unidos asignado al Pentágono, y oficiaba de correo entre la sede militar y la Casa Blanca. Allí había conocido a Felt y habían entablado una relación amistosa y de mutua confianza.
 
Felt había nacido en agosto de 1913 en Idaho, era un egresado de la Universidad estatal. Se había casado con su novia de estudiante, Audrey Robinson y se había instalado en Washington para trabajar como joven ayudante del entonces senador demócrata de Idaho, James Pope. Se graduó como abogado en la Escuela de Derecho de la Universidad George Washington y en 1941 decidió postularse para entrar en el FBI, donde hizo una veloz carrera: investigó a la mafia de Nevada y Las Vegas, supervisó luego la Academia del FBI y llegó a ser el número dos del FBI, detrás de Hoover.
 
 
Cuando en el Post le preguntaron a Woodward sobre la identidad de su fuente, se negó a revelarla y la definió, incluso en sus artículos, como “una fuente de la rama ejecutiva con acceso al Comité de Reelección del Presidente y a la Casa Blanca”. El compromiso de Woodward ante Felt era no revelar jamás su identidad, al menos que lo hiciera el propio Felt, o hacerlo sólo después de su muerte. En la intimidad de la redacción del Post, la fuente de Wooward pasó a ser “Garganta Profunda”, que saltó a la fama como tal recién en 1973, cuando Woodward y Bernstein publicaron “All the President’s Men” que luego fue película protagonizada por Robert Redford, Dustin Hoffman y Hal Holbrook como el informante secreto, dirigidos todos por Alan J. Pakula.
 
Periodista y jefe del FBI establecieron un código para reunirse, siempre en secreto. Cuando Woodward quería preguntar algo a Felt, cambiaba de lugar una maceta que tenía una bandera roja y engalanaba el balcón de su departamento del 1718 de la calle P, no muy lejos del Post. Cuando Garganta Profunda quería hablar con Woodward, en la página 20 de la edición de The New York Times que el periodista recibía a diario, aparecía un círculo rojo con las manecillas de un reloj que marcaba la hora del encuentro.
 
 
Sólo seis personas supieron la identidad de Garganta Profunda: Woodward, Bernstein, que jamás vio a Felt sino hasta poco antes de su muerte, en diciembre de 2008, Elsa Walsh, la mujer de Woodward, el mítico editor general del Post, Ben Bradlee, y Leonard Downie Jr, que había sido editor del caso y en 1991 sucedió a Bradlee. El sexto en saber el secreto fue John Stanley Pottinger, un novelista y abogado, asistente del Procurador General para Derechos Humanos que en 1976 dedujo, por instinto y por lógica, que el informante del Post era Felt. Y se lo dijo a Woodward: “Salté en mi silla, pero traté de mantener una cara de póker –confesaría Woodward– Estuve profundamente preocupado porque saliera a la luz su identidad. Pottinger dijo que él no diría nada”. Y no dijo nada.
 
Cuando, en julio de 2005, Felt reveló a Venity Fair quién era, la revista eligió un título impecable: “Yo soy el tipo al que llamaban Garganta Profunda”, ilustró las con las fotos de un anciano estragado ya por el Alzheimer y pagó a Felt y a su familia diez mil dólares por la exclusiva.
 
 
Recién entonces, Ben Bradlee, el editor del Post en los días de Watergate, admitió la identidad de la fuente y lo mismo hizo Woodward que volcó toda la historia en su libro más breve y ligero, un one shoot urgido, pero esclarecedor. El Post y sus periodistas callaron por treinta y tres años por respeto al compromiso de la prensa de no revelar sus fuentes cuando estas lo piden. Y esta fuente decía la verdad. Nixon y sus hombres callaron durante los días de Watergate para que Felt no convirtiera el escándalo en tragedia: de eso se encargó Nixon. Y los hombres del presidente que conocían la identidad de “Garganta Profunda” callaron luego para no revelar que el caso había sido revelado por uno de sus hombres de confianza.
 
Felt murió mientras dormía en un hospicio de Santa Rosa, California, el 18 de diciembre de 2008. Tenía 95 años.
 
infobae.com

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